Pura Vida
En los años 50, la identidad popular costarricense experimentó una de las mayores influencias de parte de la cultura mexicana, principalmente a través de la música y el cine. Estas manifestaciones culturales tuvieron mucha penetración en los estratos bajos y medios, y desplazaron radicalmente la influencia que tuvo, en los 40, el cine argentino. Claro que siempre le tocó competir con el cine estadounidense, con las películas de Tarzán, con Johnny Weissmuller, las de vaqueros del viejo oeste, como el Llanero Solitario, los Tres Chiflados y Abbott y Costello, y muchas otras. El cine azteca se consolidó en el mercado local, principalmente en los cines de barrio, con muchas películas que iban, desde las serias de Pedro Infante, María Félix o Jorge Negrete; las de charros, hasta las de los cómicos de la época: Tin Tan y Marcelo, Loco Valdez, Resortes, Clavillazo y desde luego, Cantinflas, que hicieron época en todo el país.
Antonio Espino y Mora, nombre de pila de Clavillazo, caló muy fuerte en la cultura popular, principalmente en las clases bajas. Quizás, su estilo chabacano y pueblerino hizo que se le considerase, entonces, un anti arquetipo, puesto que trasmitía imágenes, lenguaje y cultura que, a la vista de las clases educadas, resultaban excesivamente groseras.
Clavillazo fue el prototipo del pachuco, que se caracterizaba precisamente por su forma de vestir, con saco muy largo y de solapas anchas, pantalones ceñidos en la cintura y muy holgados, camisas estampadas muy coloridas y, sobre todo, por el uso de una jerga relajada y con términos informales acuñados para describir las situaciones o cosas, amén de sus actitudes histriónicas que resultaban chocantes para las personas mayores.
De hecho, a Clavillazo se le considera el padre del pachuquismo mexicano, aunque el término pachuco, ya era ampliamente conocido en ese país, desde años atrás. De hecho, la principal hipótesis es que proviene de una palabra nahua, “pachoacan”, que significa lugar donde se gobierna, quizás con la connotación de que el pachuco gobierna algo (un burdel, un casino o, por lo menos, su casa). Contrario a lo que muchos piensan, no tiene que ver con Pachuca, capital de Hidalgo, cuya raíz es: Patlachihuacan, lugar de plata y oro.
En Costa Rica, a pesar del rechazo social pero, probablemente como signo de rebeldía, el estilo tuvo mucha acogida entre los jóvenes de la época, quienes empezaron a vestir con ropa holgada y mucho más larga que lo usual, camisas estampadas de colores chillones, pantalones anchos y hasta zapatos de dos colores. Y desde luego, se desarrolló una jerga muy especial, que tenía un uso restringido y limitado a grupos de amigos.
Era de muy mala educación vestirse o usar términos pachucos en público, pero los jóvenes, especialmente de clases altas, lo fueron imponiendo como actitud de protesta social. Al principio, debían hacerlo a escondidas de los mayores, quienes no dudaban en reprender y hasta castigar a los niños o jóvenes a quienes escucharan usando ese tipo de lenguaje.
Una de las frases más célebres de Clavillazo fue “¡Puuura vida, no máaas!”, la cual repetía reiteradamente en todas su películas. Incluso, una de ellas se llama así, “Pura vida” (1956). De más está decir que esta frase se convirtió en bandera en el lenguaje juvenil de entonces, y el pura vida, pasó a ser una forma de saludo, extremadamente informal, y casi un grito de batalla.
Como ese término y paralelo a los importados mexicanos, se generó un lenguaje pachuco autóctono. Se crearon términos como maje (tonto); ¡seringa! (expresión de rechazo e incredulidad derivado de “sería engañarlo”); ¡sabe cuándo! (indicación de que no se estaba dispuesto a hacer algo; ¡mírela!, acompañado de la seña, aún hoy considerada vulgar de poner el dedo pulgar entre el corazón y el anular, como simulando un pene; el pollo (para referirse a la novia o novio); ¡zoque! (como sinónimo de apúrese o de apoyo); ¡quíubo! (forma de saludar, contracción de qué hubo); muchos tenquius (muchas gracias); pachucos (para referirse a los calzones o bragas de mujer); y muchas otras. Para los patrones más puritanos, aquellas eran malas palabras. Por ejemplo, decirle maje a un joven, era virtualmente una ofensa (claro que, en mucho dependía del tono y la ocasión en que se usara), pero inaceptable para referirse a un adulto.
Muchas de esas palabras se fueron perdiendo con el tiempo, o se integraron al léxico normal. El término maje sobrevivió, aminorando con el tiempo su carga emotiva, aunque se mantenía latente en las generaciones que envejecían, de manera humorística. El pura vida, aunque mantuvo alguna presencia, virtualmente desapareció en los 60 y 70, probablemente por efecto de la pérdida de vigencia de la influencia mexicana, sustituida por la norteamericana, dominada por el movimiento hippie de la época.
Pero curiosamente, maje y pura vida, empezaron a revivir como parte de la jerga juvenil, en algún momento, en los años 80, y lejos del sustrato cultural que les dio origen. El pura vida adquirió, de un momento a otro, carta de ciudadanía plena, y sin ninguna connotación negativa ni clasista fue rápidamente reasimilada por la juventud. El maje, convertido en “mae”, empezó a ser utilizado de nuevo, no solo por, y para referirse exclusivamente a, los varones, sino también por, y referido a, las mujeres, esto último, quizás, como parte de la liberación femenina.
Hoy, pura vida representa la frase nacional. La que identifica el espíritu costarricense y nuestra manera de ser. Sin embargo, pareciera empezar a decaer, pues ese ser “pura vida” parece haberse convertido en un rasgo negativo, como quien dice, somos el país en que no nos importa nada, y no nos preocupa ver cómo, ante falta de autoridad, ante la corrupción, ante el desorden y la suciedad, ponemos una cara de resignación e indiferencia: ¡Pura vida!
Artículo de Don Dennis Meléndez Howell – Enero 2011